Eso.
Esos
encuentros de chance. Escurridizos momentos de gloria, anónimos
también. Solo se los aprecia en la nostalgia: “entonces yo fui ese
día sin esperar nada nuevo, pero nos pusieron en grupos y ahí nos
vimos por primera vez”. Lo cierto es que antes de ese momento, si
es realmente inesperado, jamás habías reparado en esa persona.
Esos
minutos hablando por primera vez. Sin dobles intenciones, sin
expectativas. Simplemente conociéndose de la forma mas tradicional.
Con la guardia baja. Con la sonrisa sincera. Con el café de por
medio. Con la gente observando extrañada ese par que habla como si
nadie más estuviera allí. Solo ellos dos.
Esos
días perfectos se ensamblan mientras los vivís, donde cada
nueva secuencia será memorable y lo sabés, pero no querés
admitirlo. Empieza con algo tan simple como la primera vez que se
encuentran fuera del ámbito donde se conocieron. Y fluye radiante
durante una soleada tarde conversando, vibrando con cada mirada. ¿Es
posible que tengan tanta conexión? Y allí está, el guiño de una
musa, cuando caminan y oyen una canción que a ambos les gusta. Será
su melodía. Será aquello que les brindará dicha o luego, si
termina, dolor.
Esos
momentos clave donde se consolida un vínculo, después de varias
noches de salidas, incluso semanas de un extático cortejo. Oraciones
perfectas que disimulan el deseo. Detalles al paso que refuerzan el
interés. Rasgos y hábitos que se vuelven encantadores. Y un brindis
silencioso cuando se levanta la copa mirando fijamente al otro, están
brindando por la emoción.
Ese
día, el primero, en singular. Donde eso sucede. Lo que querías
hacer la primera noche que estuvieron recorriendo la ciudad. Cuando
su presencia trajo a la luz una parte que habías olvidado. Podría ser
en cualquier momento. Pero será de noche, al regresar de otro
fantástico recorrido. Otra sesión de diálogos donde tal vez
vuelvan a mirarlos extrañados. Puede que alguien lo reconozca. Así
luce, en efecto, el inicio de algo real.
Ese lapso de tiempo dorado. Precioso. Perfecto. Donde cada cosa en tu rutina cobre color. Cada momento sea vívido. Y toda tu resistencia a sentir plenamente colapse. Dejándote expuesto, llevándote a recorrer todas esas canciones, poemas y películas que han tratado el tema, admirándolas sin sarcasmo por primera vez.
Ese lapso de tiempo dorado. Precioso. Perfecto. Donde cada cosa en tu rutina cobre color. Cada momento sea vívido. Y toda tu resistencia a sentir plenamente colapse. Dejándote expuesto, llevándote a recorrer todas esas canciones, poemas y películas que han tratado el tema, admirándolas sin sarcasmo por primera vez.
Esos
días, semanas, meses, cuando las premisas dejan de surtir efecto. Y
la melodía que aceleraba tu palpito se vuelve ruido agudo,
insoportable. A veces simplemente no puede sostenerse la conexión inicial. La embriaguez de las expectativas habrá pasado. Sentirás que todo se derrumba. Dormirás
pocas horas por las noches. Saldrás para no imaginar su rostro.
Ahogarás sus hermosas palabras en música y murmullo de personas que
no te interesan. Verás en el peor de los casos un par comenzando la
dinámica, como la crearon ustedes, en un bar.
Pero
no alterará la decepción tu esencia. Todo pasará, con el matiz del
tiempo. Y un día, volverás sobre lo bello, con tu mejor sonrisa.
Señal de un ciclo nuevo, listo para iniciarse. Y harás de la mejor
experiencia un párrafo. Que se leerá así...
Caminar
por la ciudad. Reflexionar camino de un bar. Sentarse en la vereda a
ver la gente pasar, el tiempo transcurrir, los problemas diluirse con
una sola mirada cómplice. Improvisar la noche. Disfrutar con
plenitud la libertad de la incertidumbre, lo impredecible, lo
inusitado. Saborear la música y el vino. Ser la excepción. Un par de formas en la neblina de
madrugada sobre las calles húmedas, tambaleando levemente. Regresar juntos para consumar la expectativa. Eso. Nuevamente.
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