El Pub (parte 3)

Estábamos hablando, las conversaciones se cruzaban, a veces entre el ruido de los autos, el bullicio calmo de los bares y los grupos de gente que también estaba decidiendo donde ir mientras caminaban sin rumbo exacto. Nos sentíamos libres, cuando la vereda de la avenida era toda nuestra y el aire gélido nos acariciaba. En una esquina llegamos a la primera encrucijada: esta calle o la otra cerca del río para elegir donde ir. Justo allí lo ví, a 100 metros, en la vereda del frente, su anuncio, ese sello negro enorme con las iniciales en luces de neón. Lo tenía tan cerca, pero era temprano y mis amigos apenas si lo conocían. Giramos a la derecha y despedí la posibilidad de conocer El Púb esa noche. ¿O no era una despedida? Como reza el dicho: Ten cuidado con lo que deseas.
Mis amigas a quienes conocí en un curso, tenían que trabajar por la mañana del feriado y habían salido solo para complacerme. Era un gesto tan amistoso que casi me dio pena, aprovechar que se iban para sugerir otro destino. Así fue como cerca de las 04 hs cuando ellas debían irse, yo convencí a mis amigos con tal carisma de ir a “ese púb en la avenida”, que un amigo de ellas a quien no conocí hasta esa noche, quiso ir con nosotros.
Subimos al taxi, porque era demasiado tarde para caminar 30 cuadras hasta ese lugar. Durante el viaje, me senté en el asiendo delantero porque no quería disimular mi cara de satisfacción, temía llegar y no poder entrar, llegar y que terminara pronto, entrar y decepcionarme. ¿Podría ser tan bueno como imaginaba, como había visto? ¿La gente allí sería tan vanguardista que flotaría en una piscina de inspiración? Las calles se sucedieron indistintas frente a mi sonrisa expresa, me deleitaba con mi egoísmo y manipulación. Artimañas bien intencionadas, las chicas se habían ido, la música estaba estancándose, la noche en ese bar se desperdiciaría.
Cuando bajamos, me puse esa capa invisible de hastío e indiferencia que se usa en esos lugares. Luego noté que no era necesario fingir, no de esa manera al menos y me relajé unos instantes. Esperando a ingresar, pagando la entrada en el hall de mármol, pasando las puertas negras de hierro de la casona donde está ubicado. Había llegado el momento, cruzamos la puerta de entrada, preparé mi expresión neutra y … no había casi nadie.
Mis amigos me miraron con una mezcla de incredulidad y exasperación, algo que volverían a sentir luego. Era el sector que daba a la calle, sus mesas simples, las sillas desparramadas, la barra casi sin decoración. ¿Dónde estaba el atractivo que vi en las fotos? Observamos que había un pasillo y la poca gente que estaba en el sector que se veía desde la calle, ingresaba tras las cortinas negras. La respuesta era obvia.




El color se sintió como un golpe de efecto sobre nuestras miradas, destellos de luces bajaban sobre las siluetas que bailaban un set pop rock mainstream ignorándose entre sí, aunque se conocían todos, La mezcla de perfumes de diseñador, cigarrillo, porro y humo perfumado de boliche no era desagradable como suena. Estaba mal vestido. Los looks eran tan variados y pensados de antemano que mi atuendo elegido para ir a otro lugar, parecía básico e irrespetuoso. 
Un hall con esculturas en yeso de querubines, sillones y mesas básicas, por donde se podía caminar era solo el principio. La barra daba una vuelta de 180º a la pared, en el salón principal donde no podías caminar a voluntad era casi imposible pedir un trago. Debiste hacerlo en la entrada cerca de la calle o en el hall, pero no podrías en ese angosto pasillo entre la barra y la pared. ¡Y eso lo hace más emocionante! ¿Verdad? El patio al descubierto te dejaba respirar aire fresco, podrías hacerlo también en la entrada pero ahí no estaba la diversión, estaba claro porque casi nadie lo usaba. Otra barra ahí fuera te dejaba ordenar con algo más de calma. No mucha tampoco, no sería un lugar tan popular si pudieras escuchar tus pensamientos, mientras tanta belleza desfila frente a vos y a tu alrededor.
Tras unos minutos observando el ambiente, Cristian el flaco que había conocido 2 hs antes compró una cerveza. Caminamos por todo el lugar, a las duras penas claro, crucé a mi amigo con quién había chateado pero el saludo fue cordial y algo distante. No es bueno mostrarse efusivos, demasiadas miradas evaluandonos. Pasamos al patio porque mis amigos no parecían estar disfrutando la música y la gente dentro. En especial se notaba en Javier, como ver algunos chicos gays lookeados le alteraba. ¿Qué tienen de malo un chaleco simil leopardo y unas uñas de hombre pintadas de negro? La escena estaba mezclada, ¿que esperaban? Un año antes este púb era under / indie, unos meses más tarde se volvería trendy y perdería su encanto. Estábamos en la noche exacta para disfrutarlo, su gente de siempre se mezclaba con la que dominaría luego. Aún había posibilidad de conocer personajes interesantes ahí.
Mientras mis amigos luchaban internamente con el lugar y la música, Cristian y yo estábamos contentos, charlando con gente, hablando con un grupo de minitas top sobre bandas indie. Sentí ese deseo que no expreso jamás en voz alta, sí, la noche era ideal para coger. Cuando la segunda cerveza se terminó fuimos a la barra mas incómoda posible, adentro junto a un pasillo con banquetas. Parecían hermosas esculturas, con un pie de hierro pequeño de tres patas y un disco de hierro pesado como asiento, con un tornillo sujetando todo. Era pretencioso, incómodo, poco práctico y por demás adecuado. Mi amigo M. se acercó a pedir una gaseosa primero, yo estaba contento con tomar lo mismo de antes pero el destino sería alterado, tras sufrir una herida sangrante.




Mientras observaba el panorama, tan vivo, enérgico, variado e irrepetible, me deleité con mis decisiones de esa semana. La salida tomó planificación y sin embargo los mejores momentos surgieron espontáneamente. De todos modos pensaba terminar la noche a las 5 hs y sin cumplir con mis deseos genuinos cuando... La banqueta fue movida sin querer por M. y al tener una base tan pequeña se cayó, su disco de hierro pesado aterrizó en la punta de mi zapatilla Lacoste de cuero. La uña de mi dedo grande derecho fue golpeada severamente justo en la base. Sentí la sangre fluyendo y mojando mis medias. El dolor fue tan intenso que debí reprimir lágrimas, silenciado con la música, se ahogó con alcohol. El golpe me empujó en otra dirección. No quise más cerveza, necesitaba vodka, fuerte, ya. Pedí un trago 75% vodka y apenas un toque de energizante. Lo tomé como si estuviera sediento y fuera agua. El efecto fue instantáneo, pues había comido poco y nada mas había había ingresado en mi estómago desde entonces.
Ahora sí, empecemos... La sangre en mi zapatilla no me detuvo, de repente mi carisma había aumentado en un 70% o eso recuerdo. Para colmo, como si necesitara más estímulos, los conocidos que tenía en la ciudad comenzaron a mostrarse. Gente que tenía de vista de repente eran amigos de años. Toda la energía que debía reprimir para fingir apatía, estaba desbordándose, salía disparada en cada palabra, cada oración elocuente dicha con una afectación de borracho. R. una conocida me saludó al mismo tiempo que Cristian y yo tomábamos otro trago y mis amigos de años se excusaban porque ahora el que los había arrastrado a ese púb indie con freaks (según sus percepciones) estaba en pedo. Los saludé vía mensaje de texto porque no podía arriesgarme a salir de la pista y caminar dos pasos para sentir como mi uña se desprendía. El dolor se diluyó a un eco del momento en que lo sentí. Al fin estaba encajando, era uno más y otros estaban peor que yo.
No puedo excusarme lo suficiente por hacer pogo en la pista, o hablar de literatura con un ex compañero de secundaria a quién no había visto en años y felicitarlo por su libro de poemas que no había leído. Mandarle a mi amigo M varios mensajes de texto diciéndole que no debió irse, que mientras el dormía yo iba a coger con una minita muy linda y luego disculparme diciendo que era una joda (no lo era). Tampoco por tratar de conseguirle un garche a Romina, presentándole alguien que había conocido 15 minutos antes en el patio. O siquiera caerme encima de gente que me miró con odio, cuando bailaba con un grupo de nuevos amigos cuyos nombres no recuerdo.
Cuando terminó la noche y teníamos que irnos, Cristian subió a un taxi y yo sentí el genuino dolor que hasta ese momento estaba ahogando con vodka. Apenas podía pisar, estoy seguro que bailar por horas no ayudó a la herida. Regresé por la misma avenida por la que empecé la noche, pensando en esa charla que tuve con el otro tachero. Me había convertido en uno de esos pendejos que no saben tomar.
Me quité la zapatilla ensangrentada, la media empapada, lavé mi pie y removí con agua helada el sentimiento de decepción de mi rostro. Había experimentado la poca magia que retenía El Pub, justo a tiempo pues sus personajes habituales empezaban a volverse banales e hipócritas. Ya no era lo que había visto en esa foto magnética, tomada cuando el local estaba en otra calle y pocos lo conocían. Sin embargo la salida es un gran recuerdo que necesitaba transcribir alguna vez.

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