Placebo.

Un simple escalofrío recorrió la espalda de su amiga, mientras conversaban. Él era un enigma, cálido aunque evidentemente mostrando una cara. Apenas una faceta de su todo. "Quizás por timidez", pensaba ella. "O porque nadie le parece digno... excepto yo". Y se contentaba con ello, como tantas otras veces en que las emociones parecían colmarla detrás de la fachada indiferente que debía utilizar para no alertar a su amigo.
Pero al fin sobre el escalofrío, no se detuvo allí. Las mascotas, un gato siamés y un perro ovejero alemán estaban visiblemente alterados. Aunque el dueño no parecía notarlo, solo conversaba con naturalidad mientras el zapping mostraba lo peor de nuestro presente: desinformación, manipulación de los medios, hipocresía, desnudez y sexo gratuitos, glorificación del oportunismo. Que nadie subestime el valor de series bien producidas con apenas 10 episodios por año. Cuando la alternativa es un reality obsoleto.
Ella notaba el lomo de ambos animales erizándose al mismo tiempo que los vellos de sus antebrazos. Y aún así, no quería admitirlo. ¿Era posible? ¿Era real? "¿No será que siento frío y los animales son solo animales?" 

Su razonamiento interno sería puesto a prueba, cuando en un intento por razonar sin ser observada, se paró frente a la ventana con el fin aparente de contemplar la noche. Atónita observó decenas de pájaros alborotados, volando alrededor del gran Laurel en el patio, otra vez sin motivo alguno. Ya casi no tenía dudas. Sin embargo él sonreía y era tan encantador como de costumbre, ignorando lo que estaba sucediendo alrededor.
Pronto comenzó a sentir algo más en el ambiente, una añoranza, angustia por tiempos pasados, oportunidades desperdiciadas, lamentos varios. Los metros cuadrados se colmaban de nostalgia, el color se desteñía literalmente. El sofá azul, las cortinas marrones, los detalles en dorado de la biblioteca, el colorido díptico naranja de Mora Ibarra colgando en la pared. Todo perdía su color, la calidez, el sentido, tornándose gris. En verdad no podía creer que estuviera volviéndose daltónica en ese momento y que él no se diera por aludido. Esto sin duda era su culpa.
Intentando continuar la conversación sin demostrar que lo había descubierto, alternaba oraciones reflexivas con gritos en su consciencia, mientras el reloj de pie de exquisita madera "gris", anunciaba con precisión las 23 hs. “Pero claro, por supuesto, que tonta soy, ¿cómo no lo imaginé antes?” Entre las campanadas del reloj descifró la palabra, la clave, el motivo... La solución.
Con la poca fuerza de voluntad que retenía, como si fueran segundos de aliento bajo el agua, le dijo: 

  • ¿Te gustaría tomar un té?
  • Justo estaba pensando en eso. ¿Cómo supiste?
  • Intuición.
  • Acepto tu delicioso té.
Y crease o no, las mascotas se acostaron relajadas, los pájaros regresaron a las copas de los árboles y al Laurel imponente del patio. 
Ella lo recordó, leyendo la novela de misterio que el publicó el año pasado, en un párrafo estaba la clave: "Cada bestia elige su placebo. El mío es el té."





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