Paseo nocturno.

Aquella vez pasada la medianoche, escuché tronar las campanas de la iglesia del pueblo tres veces, "ya casi llego" me dije. Salí a cenar con amigos y ,como siempre, decidí atravesar la plaza que está a un par de cuadras de la fuente de aquel irritante sonido.
 Nadie en las calles, típica noche de invierno. La gente duerme o ,como yo suelo hacer, se refugia en una película. Pocos se molestan en mirar por la ventana. La mayoría encuentra tétrica una plaza repleta de árboles frondosos y arbustos que dibujan en ella un laberinto por el cual disfruto caminar, incluso de noche, con la tenue iluminación de esas luces cuyos faroles no suelen limpiarse.
 El frío es muy preciado por mi, tendría una sensación similar a la  felicidad si viviera en una zona donde el invierno fuera nevado. Para elevar mi dicha, la llovizna que perturbó la rutina de todos durante el día, dejó charcos de agua que ahora se ve escarchada. Me hallo satisfecho, podría caminar por horas dentro del mini laberinto.
 Otros quizás temerían a las sombras que me rodean y acompañan por esta plaza, para mi son sólo bruma, contracara del reflejo, constantemente vilipendiadas. He aprendido a no temerle a lo que no es. Ni a lo que es, por cierto. Es gracioso que lo afirme en tenor de lo que sucedió.
 Mientras caminaba lentamente divagando en mis planes para la mañana, noté que una de las penumbras se movía a voluntad "tal vez con el permiso de Plutón" me burlé preocupado. Las gotas de agua caían por causa del movimiento producido por la sombra. Se volvió evidente que no podía tratarse más que de un animal y como estamos en una llanura desnaturalizada sólo podía ser un perro. Y así era. Creí.
"Parece en principio una cruza de ovejero alemán con siberiano". En realidad se parecía más a un perro de los que usan para tirar un trineo. "Genial ésta noche lo tengo todo para sentirme en un invierno pleno" Continué caminando, reservándome cierta caución frente al inesperado can, no resultaba anodino como suele ocurrir con los perros de la calle, sino que le envolvía un aura amenazadora y más inquietante aún, lo encontraba familiar. Sin deseo alguno de interactuar con el animal mantuve mi curso.
 “Aún me sigue, pronto algo más va a captar su atención y se irá corriendo y ladrando tras de ello” Pero no fue así y mientras pensaba en mis quehaceres y el trabajo que me esperarían por la mañana le oí: “Tantos planes truncos, los sentimientos vanos, la algarabía detrás de la idea de vida según ustedes. Resultan patéticos: siendo indefensos puedo hacer lo que me plazca, siendo humanos lo merecen”
 Un escalofrío recorrió toda mi columna, conmoviéndome. La inesperada e irreal prueba de que hay más en la vida que frivolidad, política y desigualdad para las masas; me desprendió de mi eje apático, derrumbando todas mis barreras de tedio. Imposible. Sentí que mi poca predisposición al miedo se desvanecía y yo con ella pronto perdería la conciencia. Volvió a comunicarse anticipando que la ventana de claridad mental se cerraría de no confirmarme que de hecho le había oído “Sólo he venido para obtener algo de ti, lo quiero de inmediato. A cambio no te dañaré esta vez”
 Jamás habló, se comunicaba telepáticamente. Pronto comenzó a revelar características dignas de una bestia de fábula. Su pelaje se tornó azulado, sus garras gris claro, sus dientes parecían brillar en los extremos como si fueran de algún tipo de metal. Iracundo comenzó su demanda convencido de algo que yo desconocía.
 El pasaje por la plaza comenzó a parecerme eterno, aunque sería iluso si pensara que podría salir a voluntad frente a semejante bestia. Yo, un simple humano habría podido enfrentarle de contar con alguna de las numerosas armas que la especie creó para combatir aquello que fuera naturalmente más poderoso. Pero un civil no cuenta con dichos artefactos.
 Su gélido bramido acompasaba mi recorrido. Exigía un saber que no creí poseer. Le increpé por explicaciones, me ofreció una media sonrisa filosa en respuesta. Frente a mi negativa comenzó a impacientarse haciendo del suelo su víctima y ejemplo, rasgando las baldosas y aplastando los trozos con su cola. “Dámelo” dijo. Pero no sabía a que se refería, jamás en mi vida me sentí especial, ni tuve un momento remotamente revelador sobre mi. No pude reaccionar. “Está bien, lo tomaré entonces”. Se preparó para atacar exhibiendo sus cualidades letales: garras y colmillos similares a un metal precioso, implacables. Su furia batió el aire helado, todo en mi cuerpo recibió la señal de alerta, me preparé para frenarlo, no que pudiera, pero no me iría sin luchar. En segundos terminaría conmigo, sus ojos inyectados de sangre me aterrorizaban. Presto a saltar...se detuvo. ¿Por qué? Los charcos de agua helada me ofrecieron la respuesta: mi mirada era de pronto más fiera que la suya.
 El suelo se rasgó debajo de mi. Mi respiración congelaba las gotas que caían por causa del estruendo. Seguía sin entender, excitado por la adrenalina. Tres segundos antes habría muerto. Ahora era capaz de atemorizar a mi verdugo. Me embarqué en un recorrido meteórico por mis recuerdos, tratando de conseguir algo que me diera un poco de razón. Estaba a punto de perder la conciencia, convencido de estar soñando, cuando le volví a oír: “Bienvenido”.

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