Te desconozco.

Lo sabía, nada bueno proviene de ese lugar. Posers y wannabes se mezclan con los que realmente tienen algo que aportar. Todos se desviven por la cámara. Ese lente digital costoso que pretende talento. Si supieran que luego se los filtra, se les juzga desde el trono, una silla con animal print desgastado. Cuando la música termina, quienes aún creen en la ilusoria bienvenida, notan una fina capa de escarcha sobre los rostros intoxicados por venenos modernos.
El año pasado quise probar varias hipótesis que tenía alineadas para una nouvelle que luego no envíe a un concurso literario. Predispuse emular como actor de método, la personalidad de alguien que sólo vive para lo vano. Interactúe con otros que viven a través de lo vano.
No me fue ardua la tarea de pretender que vivo en mi burbuja artística, entiendo algo de ese mundo que desean evocar estos seres superfluos. Tenemos intereses en común, provistos por la cultura mainstream de la cuál obtenemos infinita inspiración.
Me cuesta admitir que tenemos más que eso en común, hay una parte de mí que comprende porque parece importante estar allí. Ya saben, ahí. En donde sucede lo trascendente, lo bello, lo exclusivo. Donde se genera una obra artística entre tragos-contacto-música-estilo-diversión.
No fue lo que vi en su showroom aunque por un instante observando fotos del weekend anterior parecía que era donde podría experimentarlo. Tan cerca como pudiera sin ser parte del grupo, sin querer serlo, sin poder fingir una sonrisa siquiera.



Sin embargo volví hace unos meses, me puse mi mejor look, mentira, elegí algo que me permitiera camuflarme sin dejar de ser mi estilo. Palabra clave: neutros. Con una prenda central de color. Así se hace.
Entonces, zapatillas de cuero y plástico negras con un cocodrilo, jean azul oscuro chupín un talle mas grande para que no sea realmente chupín sino baggy a la Lanvin, una chomba gris que sería simple si no fuera porque está permanentemente arrugada y el toque de color del que hablé, una remera manga larga roja con bolsillo en tela escocesa que compré en el infame local que marca the trends. También rocié mi disfraz con la fragancia para la cual Frank Miller dirigió un comercial, con Evan Rachel Wood y Chris Evans. Tal vez ese fuera el detalle más fiel a mi personalidad, que estaba de otro modo adaptada a un espejismo entumecido que se retrata en fotos amateur por Ph profesionales (Ejem profesionales en el sentido que cobran por esas fotos, ejem).
En mi anterior visita un año atrás, observé amontonarse y tratar de bailar pop esos outfitts con horas de estilismo previas. Reconocí entre el cardumen ciertos personajes con quienes había hecho contacto vía red social. Todos admiraban mis textos: “Me encanta cómo escribís, transmitís un tocazo!”. Si mal no recuerdo halago tipeado por los dedos gélidos de un personaje top si los hay. Y bizarro.
Yo estaba dispuesto a ver más allá de sus looks. Ellos no. Y reconozco que ese día no estaba chic. La idea era hacer noche rocker. Se me ocurrió sobre la marcha visitar aquél cool spot. Necesitaba verlo en persona. Y deleitarme si acaso fallaban. Error. Yo quería ingresar y percibir el contexto creativo, donde hay lugar para mí. Sin embargo el orden de los factores alteró el producto. No tuve éxito.
Mi persistencia rendiría sus frutos. Pequeños frutos secos por dentro que brillaban apetitosos antes de ponerlos a prueba. Colgantes de las ramas de la aceptación. Un árbol para ilusos, no me cabe duda. 

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