El ínterin.
Fui
súper por un tiempo. Perfecto. Indestructible, bueno, ni tanto.
A
decir verdad estuve inmerso en trámites mientras las mejores
posibilidades sucedían en mí. Las más insólitas, superiores a
todo lo que alguna vez imaginé. Aunque no significa que no pude
disfrutar de mi reincidente libertad.
Durante
el ínterin pude alcanzar la altitud más alta, acariciar las aves
rapaces durante su vuelo y alimentar a los leones con mi mano desnuda
en el medio de la sabana africana. Nadé con tiburones y cacé con
osos polares. Ninguno intentó herirme, sabían lo que yo: eso era
imposible.
Así
pasé mis días libres, esas horas que ya no transcurrían con la
misma velocidad. Noté como el flujo temporal era similar a un metal
líquido capaz de atravesar mi materia y reprogramar sus ciclos sin
mi consentimiento. Malicioso aunque incapaz de atribuirse cualidad
alguna de vida, malintencionado de todos modos.
Disfruté
a mis amados, les declaré mi gratitud eterna por su amor
incondicional. Lloré conmovido por la belleza de lo natural. Aprecié
mis sentidos por primera vez desde que estoy con esta vida.
Logré
ver al caído vestido de Armani paseando por la peatonal curioseando
las vidrieras. Saludando a todos quienes le observaban maravillados
con temor y admiración por igual. Comprendí que su belleza es un
arma más y su ingenio consiste en debilitar las almas que le
entregan su energía cuando codician semejante atributo.
Saludé
al amo de la energía devastadora que limita nuestro tiempo. Fue
amable, aclaró unas cuantas de mis dudas y me pidió la dirección
de una tienda de instrumentos musicales.
Regresé
el favor de perdonar a quienes me hirieron durante el reciente
período. Levité momentáneamente cuando el peso del rencor abandonó
mi alma.
Ofrecí
mis sinceras disculpas por todo cuanto erré en mi proceder a quienes
resultaron perjudicados.
Abandoné
mis temores enfrentado a un precipicio abismal cuyo oscuro e
inmensurable fondo se reveló como las fauces de una bestia
hambrienta. Salté dentro de ello confiando en que mi ser no se
extinguiría en esa circunstancia. Revaloré toda la genuina y
arraigada convicción de estar en el camino correcto intentando
generar bondad desde mi propio juvenil e inexperto ser. La energía
envolvió toda mi materia y la hizo levitar inmune a la fuerza
gravitatoria de caza de la bestia. Me salvó con su inmensa
benevolencia y volví a conmoverme.
Cercano
al final de mis días de descanso, siendo pleno y apreciando tanta
maravilla dentro del mundo en que me encuentro, le conocí.
El
ser más buscado, el famoso, el recluido, el anónimo, estuvo parado
frente a mí. Estuve en su camino. Nadie pareció notar que se
trataba de él. Y conseguí descubrirlo como sucede cuando uno se
cruza con un famoso vestido con ropa de persona corriente haciendo
las compras. Debajo de su gorra sus ojos eran luz, dentro de ellos un
iris lila y azul podía entreverse. El cabello corto y plateado. La
estatura promedio y la contextura de una celebridad terrestre. Supo
de inmediato que le vislumbré. Sonrió y susurró mi nombre pero al
mismo tiempo que oí perfectamente su voz amable y firme también
sentí en mi mente la frase “Ten fe”.
Ese
día realicé mi más fantástica proeza, después de todos los
momentos hermosos que viví y el amor que recibí de esos seres
especiales que tuve en gracia llamar mi familia y amigos. Conseguí
que mi alma hablara y le pronuncié perfectamente “Gracias”.
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