La Familia: Recorrido nocturno.

El aire frío, ese cielo despejado, se prestan para salir a merodear. Recorre los contornos de los patios, siente el cemento mientras avanza. Observa los patios vacíos iluminados por la fuerte luz de luna que el cielo despejado permite. Expectantes volverán a ser vividos mañana.
Desciende grácil sobre el césped mojado, mientras las mascotas se alteran al ver su apariencia. Algo que los dueños jamás lograron. Los ladridos son rápidamente acallados con un seseo agudo que se desliza por toda la manzana, produciendo escalofríos a los más perceptivos.
Camina libremente disfrutando el rocío, escuchando las conversaciones de las casas cercanas, ignorando sus voces, nada le intriga hoy. Caprichoso, se manifiesta a su antojo y pocas veces vuelve al mismo lugar. Aunque sus motivos permanecen ocultos, sabe que falta poco.
Evita emitir sonidos cuando en su recorrido por uno de los patios dos adultos salen a fumar, su presencia hace descender la temperatura varios grados.
Decide visitar la casa de Bruno, pero no lo percibe dentro. Por lo que continúa su recorrido, escarchando plantas de la ventana al pasar. Está bien, entonces irá con su amigo Martín, él si está en casa, lo oyó hace unos minutos cantando un tema de Blur.
A mitad de camino por el parque que une las casas de Bruno y Martín, junto a la de otros dos futuros protagonistas, decide cazar algo. ¿Cuál será la presa elegida? Observa cuidadosamente a su alrededor, mimetizado con la sombra bajo un árbol. Un latido acelerado le llama.
Su visión penetra las paredes, maderas, puertas... ¿Dónde está? Es lógico temer. Pero si la víctima no lo hiciera, pasaría desapercibida. Una lección que deberá recordar en su próxima etapa, pues su tiempo se ha agotado. La presa nota el aura helada y un entumecimiento veloz. Le colma la necesidad de dormir, algo le dice que es mejor acostarse y descansar. Aún cuando hace frío y hay escarcha sobre su piel. Desfallece en un sueño profundo del cual no despertará. Por la mañana el jardinero verá el cadáver de un roedor quemado con frío.
Después de cenar, retoma el camino hacia la casa de Martín, allí en el porche abre la puerta con un ronroneo, para posarse sobre la ventana. Martín que en ese momento estaba sirviéndose un vaso de gaseosa, percibe el sonido y el escalofrío le hace perder el control de su mano. El líquido se derrama sobre el piso y salpica las sillas y la heladera. Martín desea maldecir pero no puede emitir sonido alguno.
Le toma unos momentos pensar que tal vez fue su imaginación, que pudo ser su gata o alguna mascota de un vecino. Sin embargo él sabe que no está imaginándolo. El felino observa la reacción desde la ventana, considera si debe hacerse visible o no.
Aún dentro de la forma de un gato, está plenamente consciente de sus acciones y las de quienes lo rodean. Solo aparenta ser un animal. Cuando está próximo a ingresar para saludar a Martín y brindarle tranquilidad. Algo lo altera, esas presencias, no deben estar aquí. ¿Cómo es posible? Se retira para encontrar el origen de esa energía, el peligro se acerca, se siente intimidado por lo que puede percibir. 
Martín termina de limpiar y recupera la calma, se ha ido. Quizás nunca estuvo en el patio. Se sirve gaseosa y retoma su serie favorita. Por su vereda pasan dos personas, caminan con tranquilidad en la noche, sus rostros inexpresivos. 
Dos jóvenes que no hablan entre sí. Golpean la puerta del vecino de la esquina, a tres casas de Martín, un hombre viudo cuyos hijos están en la universidad. El hombre observa horrorizado esos rostros, los ha visto antes. No debió prestar atención a los golpes en su puerta.





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